(1/52) La Rebelión de Atlas
Ahora entiendo mejor a los que critican a Ayn Rand. Y también a los que la defienden.
Hará dos años que me hallé mi primera referencia al la visión liberal de la política. Muy diferente de la neo liberal aunque los detractores suelan meterla al mismo costal. En ese primer artículo que leí me hallé reflejado en muchas posturas y desde entonces he andado coqueteando con la idea de la desregulación, de un estado menos poderoso (y por lo mismo mucho menos paternalista), de un estado que deja hacer más de lo que intenta ponerse la camiseta del omnipotente que busca, de pasada a concentración de todo aplauso y todo poder y todo el temor.
Desde hace como tres meses andaba leyendo mi segundo libro de Ayn Rand, La Rebelión de Atlas, un libro que en la misma introducción escrita por el traductor prometía (desalentadoramente) verse reflejado en la situación actual de latinoamérica. Lo cumple.
El libro plantea una distopia, una bastante original, además, por el hecho de no hallarse ubicada en un futuro cercano sino en el presente de la mitad del siglo pasado en Estados Unidos. En esta distopia un régimen que parece más interesado en la filosofía de izquierdas que el ejercicio del poder como debería ejercerse se hace valer de una maquinaria de semántica retorcida para ir dictando leyes que "bienitencionadamente" van poniendo al país cada vez en una situación más precaria. En el bando de los buenos están un puñado de librepensadores e industriales que van tomando conciencia de su papel de relevancia en el funcionamiento del aparato social y económico y terminan saboteando a este estado de izquierdas que pretende sustituir la lógica por una serie de apotegmas errados basados en supuestos valores éticos incontrovertibles que la autora intenta ir desmontando a lo largo de 1315 páginas sin monitos.
Es aquí donde la señora Rand se hace de enemigos, ataca el altruísmo, la bondad sin ataduras, la religión, la obediencia, el sindicalismo, el socialismo y otro grupito de valores que, bien admimistrados, han servido y siguen sirviendo a los regímenes mas o menos populistas para perpetuar sus doctrinas. Ensalza, y termina de ganar enemistades ensalzando, el egoísmo, la individualidad, la riqueza y otras cosas que desde siempre han estado relacionadas con los malosos de cuello blanco que suelen aparecer en los documentales de Michael Moore y en los reportajes de fondo de López Dóriga y Javier Alatorre.
Es una lectura muy entretenida y, guardando muchas proporciones, de un ritmo muy cercano a los screenplay de Dan Brown (tanto que ya están haciendo la tercera parte de la peli). Los conceptos liberalistas y los comunistas se presentan casi caricaturizados. Las emociones de los protagonistas se describen a cada paso y en todo detalle. Las mil y tantas páginas dan para eso y más. Cada frase, fiesta, conversación y soliloquio tienen oportunidad de dar rienda suelta de la mano de una narradora muy entretenida. Por lo mismo a veces se pasa de extensión (la primera mitad de "el discurso de John Galt" divaga insufriblemente, por ejemplo) y otras veces se pasa de altanería (otra de las razones por las que nadie la quiere).
Y, además por esa exageración propia de la narración novelesca que ya describí como caricaturesca, se pierde la oportunidad de criticar con cierta justicia los méritos de cada bando. Pero eso yo tranquilamente se lo perdono por una razón muy sencilla: ¡ES UNA NOVELA! No es un tratado de política económica ni de filosofía sino una novela que se basa en economía, política y filosofía para narrar una historia que pretende divertir un rato (en mi caso tres meses) a los lectores. Y en el camino se pone a evangelizar pero eso es bronca de la autora y no de los lectores. Y, por lo menos yo, le agradezco siempre a un escritor que tenga opiniones fuertes y decididas, aunque no comulgue uno con ellos, que siempre es preferible que andar de blandengue y acomodaticio. (Cosa que se acerca mucho a algo que en el mismo libro se critica de los autores ficticios que refiere Rand, pero que se asemejan tanto y tan tristemente a nuestros autores de autoayuda contemporáneos que da miedito)
Mis demás quejas llevan spoilers, así que me las ahorro. Y mi peor queja es que me confrontó muchas veces con mi yo más mediocre y miedoso. Me dijo a la cara mas de cincuenta veces que las cosas se hacen, se logran, se conquistan; no se piden ni caen del cielo ni dependen de lo mucho que los demás vean en uno una genialidad que nunca ha terminado de florecer. Un libro que confronta, por eso valen la pena mil y pico de páginas y la acción holibudesca.
5 estrellas, para La Rebelión de Atlas.
***
Siguiente en la lista. Un mundo Feliz de Aldous Huxley (para el que según él no relee), aunque igual y salen antes los que tengo ya empezados.
Hará dos años que me hallé mi primera referencia al la visión liberal de la política. Muy diferente de la neo liberal aunque los detractores suelan meterla al mismo costal. En ese primer artículo que leí me hallé reflejado en muchas posturas y desde entonces he andado coqueteando con la idea de la desregulación, de un estado menos poderoso (y por lo mismo mucho menos paternalista), de un estado que deja hacer más de lo que intenta ponerse la camiseta del omnipotente que busca, de pasada a concentración de todo aplauso y todo poder y todo el temor.
Desde hace como tres meses andaba leyendo mi segundo libro de Ayn Rand, La Rebelión de Atlas, un libro que en la misma introducción escrita por el traductor prometía (desalentadoramente) verse reflejado en la situación actual de latinoamérica. Lo cumple.
El libro plantea una distopia, una bastante original, además, por el hecho de no hallarse ubicada en un futuro cercano sino en el presente de la mitad del siglo pasado en Estados Unidos. En esta distopia un régimen que parece más interesado en la filosofía de izquierdas que el ejercicio del poder como debería ejercerse se hace valer de una maquinaria de semántica retorcida para ir dictando leyes que "bienitencionadamente" van poniendo al país cada vez en una situación más precaria. En el bando de los buenos están un puñado de librepensadores e industriales que van tomando conciencia de su papel de relevancia en el funcionamiento del aparato social y económico y terminan saboteando a este estado de izquierdas que pretende sustituir la lógica por una serie de apotegmas errados basados en supuestos valores éticos incontrovertibles que la autora intenta ir desmontando a lo largo de 1315 páginas sin monitos.
Es aquí donde la señora Rand se hace de enemigos, ataca el altruísmo, la bondad sin ataduras, la religión, la obediencia, el sindicalismo, el socialismo y otro grupito de valores que, bien admimistrados, han servido y siguen sirviendo a los regímenes mas o menos populistas para perpetuar sus doctrinas. Ensalza, y termina de ganar enemistades ensalzando, el egoísmo, la individualidad, la riqueza y otras cosas que desde siempre han estado relacionadas con los malosos de cuello blanco que suelen aparecer en los documentales de Michael Moore y en los reportajes de fondo de López Dóriga y Javier Alatorre.
Es una lectura muy entretenida y, guardando muchas proporciones, de un ritmo muy cercano a los screenplay de Dan Brown (tanto que ya están haciendo la tercera parte de la peli). Los conceptos liberalistas y los comunistas se presentan casi caricaturizados. Las emociones de los protagonistas se describen a cada paso y en todo detalle. Las mil y tantas páginas dan para eso y más. Cada frase, fiesta, conversación y soliloquio tienen oportunidad de dar rienda suelta de la mano de una narradora muy entretenida. Por lo mismo a veces se pasa de extensión (la primera mitad de "el discurso de John Galt" divaga insufriblemente, por ejemplo) y otras veces se pasa de altanería (otra de las razones por las que nadie la quiere).
Y, además por esa exageración propia de la narración novelesca que ya describí como caricaturesca, se pierde la oportunidad de criticar con cierta justicia los méritos de cada bando. Pero eso yo tranquilamente se lo perdono por una razón muy sencilla: ¡ES UNA NOVELA! No es un tratado de política económica ni de filosofía sino una novela que se basa en economía, política y filosofía para narrar una historia que pretende divertir un rato (en mi caso tres meses) a los lectores. Y en el camino se pone a evangelizar pero eso es bronca de la autora y no de los lectores. Y, por lo menos yo, le agradezco siempre a un escritor que tenga opiniones fuertes y decididas, aunque no comulgue uno con ellos, que siempre es preferible que andar de blandengue y acomodaticio. (Cosa que se acerca mucho a algo que en el mismo libro se critica de los autores ficticios que refiere Rand, pero que se asemejan tanto y tan tristemente a nuestros autores de autoayuda contemporáneos que da miedito)
Mis demás quejas llevan spoilers, así que me las ahorro. Y mi peor queja es que me confrontó muchas veces con mi yo más mediocre y miedoso. Me dijo a la cara mas de cincuenta veces que las cosas se hacen, se logran, se conquistan; no se piden ni caen del cielo ni dependen de lo mucho que los demás vean en uno una genialidad que nunca ha terminado de florecer. Un libro que confronta, por eso valen la pena mil y pico de páginas y la acción holibudesca.
5 estrellas, para La Rebelión de Atlas.
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Siguiente en la lista. Un mundo Feliz de Aldous Huxley (para el que según él no relee), aunque igual y salen antes los que tengo ya empezados.
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