Confesiones de un mentiroso I (y verdades peores)
El mayor reto para un mentiroso es saber cuando cantar un bluff. Y, obviamente, cuándo no.
Los no mentirosos, también saben cuando se les está mintiendo. Menos que los mentirosos, pero lo saben, lo presienten, lo adivinan. Un mentiroso puede oler a otro a kilómetros de distancia. Pero raramente se lo hará saber.
Un mentiroso siente un aprecio reverencial por dos cosas: la verdad y una buena mentira; en ese orden.
Por eso, no hay que cantar el bluff de una mentira cuando se detecta, por que hay que guardar esa verdad para cuando sea necesaria. Además, se aprende muchísimo de un mentiroso por sus mentiras: sus gestos, sus ojos, sus razones, sus prioridades.
Y por último, uno nunca sabe cuando va a ser realmente necesario desenmascarar a un mentiroso, y ese poder (piensen en el final de cualquier capítulo de Scooby-Doo, si de entrada no me creen) es el poder más grande que se puede ejercer sobre un mentiroso, sea patológicamente mentiroso o no. Saber colgar sobre la cadena de mentiras de un mentiroso la espada de Damocles que es destapar su mentira públicamente, saber hacerlo de manera visible es un poder demasiado enorme para cualquier mortal. Por eso muchos se niegan a ejerecerlo. Lo sabes, lo has hecho.
Además, no es necesario cantar un bluff casi nunca.
Les diré un secreto, casi todas las mentiras están hechas de 80% de verdad.
El que haya entendido, un buen mentiroso será.
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Yo miento, tú mientes, él miente...