del café (y cosas peores)
Siempre me ha caído gorda la historia esa de la zanahoria, el huevo y el café. No la repoduzco, pero ahí está para el que no se la sepa.
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El mejor café que haya probado, me lo tomé cerca de Tamazunchale (¿Enramadas, era el nombre del pueblo?). Yo tomaba poco café, siempre de leche y por que necesitaba beber (y oler) algo caliente para detener mis estornudos matutinos. Cuando me ofrecieron un café con unos 40 grados a la sombra, a las 2 de la tarde, admito que acepté por pura amabilidad mexicana (esa que dice que negarse a un ofrecimiento es insulto) y cuando vi que el café lo recogían del piso de la cancha de basquetbol comunitaria, admito que ya iba en el arrepentimiento. De la mano regordeta de mi anfitriona, el café pasó del piso, al metate y al agua hirviendo en tres ágiles movimientos que, aunque me hubiera atrevido a negarme, no me hubiera dado tiempo.
Qué delicia de café. La altura de la huasteca alcanzará los 800 metros sobre el nivel del mar, y Tamazunchale no llega a los 200, así que eso no era café de altura. El tostado era a la luz del sol, así que seguro que la temperatura no era la necesaria, el tiempo de tostado va a ser que no estaba concluido, que yo pasé al día siguiente y el café seguía extendido en la cancha. El molido se hizo en un movimiento, no me vengan a decir que se cuidó la granulometría, o la humedad, o lo que sea que haya que cuidar en la molienda. Sin embargo el café era delicioso, sin azúcar, hirviendo, con el sabor amargo, fresco, ácido y penetrante de un buen café.
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¿Y eso qué tiene que ver con la fabulita ñoña del principio?
Pues que el papá de la fábula omitió decirle a su hija que el café sí se transformó en la hervida, y si no me creen intenten hacer otro café decente con los mismos asientos. (Y la zanahoria y el huevo también transformaron el agua en que hirvieron, y si no me creen los quiero ver tomarse el agua en que hirvieron uno y otro, ¡puagh!)
Y que enfrentar un agua hirviendo, o una dificultad —ya para entrarle de lleno a su metáfora—, requiere que el grano de café esté en un cierto estado, que se haya preparado con crecimiento y cuidados, sobrepasar heladas y plagas, ser seleccionado en una cosecha, ser tostado, sufrir la molienda... Una serie de transformaciones previas a afrontar una buena agua hirviendo.
Total, que la fabulita me parece pendeja y el café una maravilla, ¿no cree usted?
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(Aquí, nomás, robándome el remate de Mauricio José Schwartz)
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Yo miento, tú mientes, él miente...